Skrillex el hombre más odiado del techno
Sin lugar a dudas, Sonny Moore es la gran estrella actual de la música de club. Es el artista que garantiza un lleno en cualquier festival -el pasado año Sonar alcanzó récords de asistencia haciendo coincidir a Skrillex con los veteranísimos Kraftwerk en la misma noche del viernes, con varias horas de separación, eso sí-, el que más ha facilitado la entrada de una nueva generación de ravers al ritual de la fiesta de cada fin de semana. Quienes le odian y le discuten su calidad tienen razones para hacerlo, ya que la música propia de Skrillex se distingue por rasgos como la simplicidad, la energía en bruto, el populismo y la ausencia de riesgo: es un productor de brocha gorda y previsible en un mundo en el que también se premia la experimentación. Pero es imposible discutirle su importancia, porque en un momento en el que la música de baile parecía condenada a encontrarse en un callejón sin salida, demasiado consciente de su historia y del peso de la tradición, agotados la mayoría de estilos habituales en una cita respetuosa a sus mayores, los productores americanos han llegado para inyectarle sangre y juventud a un circuito con demasiadas temporadas a sus espaldas. Con Skrillex ha entrado un público nuevo que no tiene ganas de rock ni de hip hop, que no está al corriente de la historia legendaria y extensa del techno, y que sólo quiere lo mismo que buscaban los ravers originales: fiesta.
Sin lugar a dudas, Sonny Moore es la gran estrella actual de la música de club. Es el artista que garantiza un lleno en cualquier festival -el pasado año Sonar alcanzó récords de asistencia haciendo coincidir a Skrillex con los veteranísimos Kraftwerk en la misma noche del viernes, con varias horas de separación, eso sí-, el que más ha facilitado la entrada de una nueva generación de ravers al ritual de la fiesta de cada fin de semana. Quienes le odian y le discuten su calidad tienen razones para hacerlo, ya que la música propia de Skrillex se distingue por rasgos como la simplicidad, la energía en bruto, el populismo y la ausencia de riesgo: es un productor de brocha gorda y previsible en un mundo en el que también se premia la experimentación. Pero es imposible discutirle su importancia, porque en un momento en el que la música de baile parecía condenada a encontrarse en un callejón sin salida, demasiado consciente de su historia y del peso de la tradición, agotados la mayoría de estilos habituales en una cita respetuosa a sus mayores, los productores americanos han llegado para inyectarle sangre y juventud a un circuito con demasiadas temporadas a sus espaldas. Con Skrillex ha entrado un público nuevo que no tiene ganas de rock ni de hip hop, que no está al corriente de la historia legendaria y extensa del techno, y que sólo quiere lo mismo que buscaban los ravers originales: fiesta.